

Una noche, Mariana notó que las estrellas ya no brillaban. "¿Por qué el cielo está tan oscuro?", preguntó preocupada. De pronto, una luciérnaga encantada apareció. "Las estrellas duermen, y sólo tú puedes despertarlas," dijo suavemente. Mariana sintió miedo, pero aceptó ayudar. Agarrando la mano de la luciérnaga, se adentró en el bosque mágico.

En el bosque, la luciérnaga susurró, "Necesitamos la canción especial de tu mamá Cecilia." Mariana recordó su melodía favorita, la que la calmaba al dormir. Cerró los ojos y tarareó suavemente, llenando el aire con notas dulces. De repente, una estrella comenzó a titilar. "¡Funciona!", exclamó la luciérnaga, bailando de alegría.

La luciérnaga dijo, "Ahora, necesitamos las risas de tu hermano Felipe." Mariana pensó en sus bromas y pronto rió tan fuerte que las hojas vibraron. Luego recordó el abrazo seguro de Robert, su hermano mayor, y sintió un calorcito en el pecho. Unas chispas subieron volando, llenando el cielo. "¡Sólo falta un paso!", animó la luciérnaga.

Con canción, risas y confianza, Mariana levantó sus manos al cielo. "¡Despierten, estrellas!" gritó con esperanza. Una lluvia de luz descendió, devolviendo el brillo a las estrellas dormidas. "Lo lograste gracias al amor de tu familia y tu propia fe," sonrió la luciérnaga. Mariana abrazó a sus hermanos y mamá, feliz de haber descubierto la verdadera magia en su corazón.
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