

Había una vez una niña llamada Vasalisa, que vivía en una casita cerca del bosque. Su madre, una mujer muy cariñosa, cayó enferma, y antes de despedirse para siempre, le entregó un regalo muy especial.
—Esta muñequita —le dijo con ternura— es mágica. Cuídala siempre —continuó con voz suave—. Cuando estés en apuros, dale un poco de pan, pregúntale qué hacer… y ella te ayudará. Aunque Vasalisa estaba triste, guardó la muñeca en el bolsillo de su delantal y la cuidó como el tesoro más valioso del mundo.
Después de eso, su madre se fue al cielo. Vasalisa lloró mucho, pero nunca se separó de su muñeca.

Pasaron los años y su padre se volvió a casar. La nueva esposa trajo consigo a sus dos hijas, que desde el primer día trataron a Vasalisa como si fuera invisible. Siempre la ponían a limpiar, a traer agua, a cargar leña... pero ella jamás se quejaba.

Un día, apagaron el fuego de la casa. Sin fuego, todo quedaría frío y oscuro. Las hermanastras y la madrastra se miraron con ojos traviesos y dijeron:
—Vasalisa, tú eres valiente. ¿Por qué no vas al bosque a pedir fuego a la vieja Baba Yagá?
Todos sabían que Baba Yagá era una bruja temida que vivía en una casa con patas de gallina y ojos brillantes como brasas. Aun así, Vasalisa aceptó. Tomó un trozo de pan, guardó a su muñeca y se adentró en el bosque.
Los árboles susurraban secretos y los búhos la observaban. A veces tenía miedo, pero siempre que ponía la mano en su bolsillo y tocaba a su muñeca, sentía paz.
—¿A dónde voy ahora? —susurraba.
Y la muñeca respondía en un murmullo suave: “Por allí”.

Vasalisa caminó y caminó. De pronto, la bruja apareció volando en un mortero enorme, agitando su escoba de pelos viejos.
—¿Qué quieres? —gruñó.
—Por favor, abuela… necesito fuego para mi casa —respondió Vasalisa con voz valiente, aunque temblaba un poco.
—Lo tendrás —dijo Baba Yagá—, si haces todo lo que te pida.

Y así fue. Le encargó lavar la ropa, barrer la casa, separar granos uno por uno… ¡tantas cosas! Pero cada vez que Vasalisa tocaba a su muñeca y le daba un trocito de pan, ¡ella hacía todo mientras Vasalisa dormía!
Baba Yagá no podía creerlo. Una y otra vez, Vasalisa cumplía con todo.
La bruja, sorprendida, empezó a sospechar.

Un día, Baba Yagá le preguntó:
—¿Cómo lo haces, niña?
—Con la ayuda de una bendición —respondió Vasalisa con una sonrisa.
Vasalisa quiso preguntar más, pero la muñeca en su bolsillo comenzó a moverse. Entonces sonrió y dijo:
—No más preguntas, abuela. Saber demasiado puede hacernos viejitas antes de tiempo.
Baba Yagá chilló al oír eso.
—¡Eres muy afortunada! —dijo la bruja con sus ojos de carbón encendido—. ¡Fuera de mi casa! ¡Has sido bendecida por tu madre! ¡No soporto las bendiciones! ¡Llévate esta calavera con fuego y no regreses!

Y así, Vasalisa corrió por el bosque con la calavera en alto y volvió a casa. La madrastra y las hermanastras se asustaron al verla llegar, porque creían que nunca volvería. Pero ella regresó segura, guiada por su pequeña muñeca… y por algo aún más poderoso: su intuición.

Desde entonces, Vasalisa siguió confiando en su corazón y en la muñeca que susurraba palabras de ayuda, transformándose en una vocecita interior que siempre la guiaba.
Y así, guiada por la muñeca de su madre, supo sin ninguna duda que su intuición se convertiría en su mejor amiga, transformándose en una joven valiente, sabia y llena de luz.